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MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA En esta hora de intensa preocupac,on ecuménica MARIA es un personaje central por ser la MADRE. No es una idea piadosa, es un puntal de la teología de ayer, de hoy y de mañana. María -la Madre- nos hermana a todos los creyentes y a todos los hombres. A la unidad hay que ir a cuerpo limpio, con la sin– ceridad por delante. Y para un católico María es pie– za clave en la renovación de la Iglesia. Hubo un gru– po de teólogos y de obispos que tuvieron miedo a pro– clamar el verdadero papel de María en la obra de la salvación. Y con mejor voluntad que acierto pretendían silenciar a María para no herir a los hermanos separa– dos. Pero se impuso la valentía y triunfaron las leal– tades y hubo un gozo inmenso en el Pueblo de Dios cuando el Papa, inspirado por el Espíritu, proclamó a María MADRE DE LA IGLESIA. Es una constante en la fe católica: "A Jesús por María". El pueblo fiel lleva a María en el torrente de su sangre y los teólogos más eminentes de todos los tiempos no han hecho más que comprobar y encauzar esta maravillosa y rotunda certeza del amor a María. Varios pasajes bíblicos proclaman la reciedumbre de la devoción mariana y se convierten en norma de vida espiritual: los magos encontraron a Jesús con su Ma– dre; la Iglesia pentecostal ora, reunida y presidida por la Madre de Jesús. Es imposible encontrar a Cristo sin María, su Madre. El Concilio condena expresamente el "falso irenis- 266

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