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niones propias. Las opiniones valen lo que valen las razones independientemente de la conducta personal. Y no es infrecuente el caso de hombres buenos con ideas cortas y de hombres poco ejemplares con ideas muy claras y justas. La. confianza en el hombre con quien dialogamos es una disposición previ3. para que exista el diálogo. En el juego limpio del diálogo hay que suponer de entra– da que el inter:ocutor es tan veraz, tan consecuente y tan digno como nosotros, por lo menos. La prudencja pedagógica viene exigida por el sen– tido común. No se puede hablar con niños, campesinos o trabajadores de fábrica como con universitarios o con teólogos. Hay ternas que requieren una cátedra o una revista especializada y resulta completamente in– oportuno airearlos en la plaza pública porque se pres– tan al confusionismo. Para detectar la capacidad para el diálogo en fa– milia un indicador base es la presencia del prójimo. Un tema bastante olvidado por cierto en los tratados de vida espiritual y que se presta a reflexiones de la má– xima transcenoencia. La presencia de Dios es una lla– mada a la autenticidad religiosa: "Anda en mi presen– cia y no pecarás". La presencia del prójimo es una lla– mada a la autenticidad h¡_1mana, a la cortesía y a la caridad. También aquí cabría el argumento clásico: si no piensas en tu prójimo, a quien ves, ¿cómo vas a pensar en Dios, a quien no ves? Es dudosa la presen– cia de Dios que no lleva espontáneamente a la presen– cia del hermano. Y c.uando ef hermano es un ausente -porque que– da intencional y realmente marginado- todo lo que se dice, se habla o se escribe es un monólogo imperti– nente. 265

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