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te. Una simple conversac1on privada cambia la actitud del muchacho que se estaba volviendo indolente. Toda formación seria está integrada por grandes dosis de crítica constructiva, ya que orienta las cuali– dades del sujeto de modo que rinda más no en un plan utilitario, con criterios comerciales, sino desde el as– pecto de la personalidad. Y esto tiene una aplicación concreta no sólo individualmente sino también colecti– vamente. Se trata de formar la personalidad, sin con– cesiones al sentimentalismo ni a la falsa piedad. Lo cual exigirá a veces una notable energía compatible con una gran ternura. Criticar no es, de modo exclusivo, podar o corre– gir. Es otra cosa. Con ciertos temperamentos la labor formativa impondrá métodos de confianza: infundir en el niño la convicción de que puede y debe ser mejor, echar mano de la persuasión amistosa, darle ánimos es a veces el único camino de acierto. En otros casos hará falta el recurso a la corrección o la apelación a la responsabilidad. En cualquier caso hace falta la crítica constructiva. El Concilio nos da una medida del valor de la críti– ca leal. Los textos que se pasaron un poco de rondón sin pagar impuesto al visado aduanero de la crítica, la discusión y el diálogo exigente, se han quedado en esqueletos desencarnados. Mientras que los someti– dos más intensamente a revisión -aquellos que tuvie– ron que ser examinados, revisados, enmendados o ca– si totalmente reconstruidos- son notablemente mejo– res en concepción y redacción finales. Y tenemos to– davía un ejemplo más próximo en el documento "Igle– sia y Comunidad política" dentro del propio suelo. Por culpa de las prisas en la redacción y por no tomar en serio las razonables enmiendas, se quedó en "siete- 256

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