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túa al hombre sobre las arenas movedizas de una reli– gión sin bases firmes. En la misma línea está la "mo– ral de situaci:5n" que mina en su misma raíz el orden moral objetivo. A estas corrientes falsas, el católico enfrenta sus convicciones, con caridad pero con la más seria lucidez de espíritu: 1. Verdad de la fe a la cual presta un asentimien– to pleno y definitivo. Y esta aceptación alcanza a todo lo que Dios ha revelado y enseña la Igle– sia. 2. Verdad de la moral, aceptando gozosamente las normas de la revelación y de la tradición con todo el alcance que en ellas tienen. Tratándose del depósito de la fe y de las costum– bres, el católico se siente ligado en conciencia porque sabe que se trata de verdades inmutables, inmunes a los vaivenes de la historia. Claro que el ámbito de las verdades reveladas no es muy extenso y en las cuestiones "opinables" el ca– tólico goza de plena libertad e independencia. El servicie apasionado a la verdad resulta cada día más incómodo. La verdad d.uele y quien la dice "a la cara" queda registrado en la lista negra de los resen– tidos y de los poderosos. La cabeza de Juan Bautista rodó por los suelos porque aquella boca cantaba las verdades con libertad a los poderosos. La verdad no da popularidad y pone a quien la dice en una situación desairada: se le considera un hombre duro, sin senti• mientas, sin humanidad. Hasta se le echa a la cara un insulto que quiere ser -lo es en su intención- un ana– tema: "intransigente". No, la verdad no da popularidad. Por eso los que 23
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