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bo por el camino de las negaciones, de la contempo– rización ni de la claudicación, sino con la verdad por delante. Cierto que hay que traer al primer plano lo que une, pero sin disimular que hay puntos de impor– tancia en los cuales la divergencia es notable. El ca– tólico no puede disfrazar sus creencias para que pa– rezcan más afines a las ajenas. ¿Qué consistencia po– dría tener la unidad fundada en la mentira? La verdad por delante. En todos y en todo. Y hay que ponerla donde haya error a sabiendas de las difi– cultades e impedimentos que la verdad encontrará a su paso. Se nos ha advertido que vendrán tiempos en que los hombres no soportarán la doctrina sana y se adherirán a las fábulas. La misma voz autorizada nos dice que los hombres volverán las espaldas a la ver– dad por el mito de las novedades. Parece que el Após– tol está poniendo el dedo en la llaga, denunciando la falsedad de algunas corrientes ideológicas y morales de nuestro tiempo. No parece una profecía, sino la crónica de estos últimos años. Y a todo esto, el creyente tiene que responder con un rotundo y leal servicio a la verdad para que no se infiltre de contrabando el "humo de Satanás", que es el padre de la. mentira. Llega la hora de presentar en toda su pureza, sin tergiversaciones, sin confusionis– mos, sin cortinas de humo la verdad cristiana. Todo formador de mentalidades y conciencias debería pa– sar por un examen previo que demostrara, sin lugar a dudas, la firmeza de su fe y la ortodoxia de sus convic– ciones. Y antes de salir a la palestra habría que exigir– le el juramento solemne de decir "toda la verdad y na– da más que la verdad". Clarificando posturas, nos parecen innobles las "componendas" con el relativismo ideológico que si- 22

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