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Sí, y no olvidar que convencen las razones, no los gritos, los ojos desencajados ni los puñeta– zos en la mesa. Del diálogo puede decirse -con las salvedades lógicas- lo que del rezo del ofi– cio: "Non clamare, sed amare". 3." Cada uno sale a la palestra del diálogo a defen– der sus ideas y a ver cómo defienden las suyas los interlocutores. El hombre auténtico debe ac– tuar en conformidad con sus opiniones. Pero, so– bre el terreno de juego, se puede llegar a la con· clusión de quE::. "el otro equipo" juega mt:jor, con más técnica, con más acoplamiento, que tie– ne más horas de entrenamiento y mejor calidad de juego. Hay que saber perder "deportivamente" y felicitar efusivarnente al prójimo. ¡Cuántas veces nos hemos convencido de que los puntos de vis– ta del prójimo son más justos y tienen más funda– mento que los nuestros! 4." Si se logra convencer no es para engreírse sino para que aparezca la verdad más luminosa. Sa– ber ganar es también de espíritus equilibrados · y maduros. Por cortesía, hay que dejar siempre en buen lugar a los semejantes. 5.ª El juego sucio, las trampas, el mal perder y el mal ganar no son cosas de caballeros. Espigando las formas más frecuentes de la descor– tesía encontrarnos frases tan inciviles corno las que si– guen: -Y a usted, ¿quién le dio vela para este entierro? (Lo correcto sería abrir el corro para no excluir a nadie). -Eso es mentira. 230
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