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los, de ser grato, de ser útil. Y en este sentido profun– do, la cortesía es caridad, es "gracia de Dios". El pensar en los demás se trasluce en multitud de detalles, insignificantes en apariencia. Pero no hay que olvidar que la vida comunitaria está entretejida de co– sas pequeñas. La mayor parte de los hombres no tie– nen la oportunidad de ser heroicos en la caridad, co– mo el P. Kolbe que murió por un compañero en un campo de concentración. Como norma, la vida comu– nitaria consta de esos mil innumerables ,detalles que el hombre cortés aprovecha para ser delicado. Y es esa delicadeza en lo pequeño la que crea un ambiente acogedor y amable. Claro está que las formas y los usos de la sociedad están vacíos con frecuencia de un contenido interior afirmativo. Lo que debe hacer 'el hombre sincero es llenar de contenido humano y sobrenatural estos mol– des y elevar la simple cortesía a la categoría de la ca- ridad que es benigna, no piensa mal y se olvida de los propios intereses para pensar corroborativamente en el prójimo. Sucede un fenómeno curioso en la sociedad y es que se considera la confianza como una dispensa de la educación. Cuando un compañero está de mal humor y nos dice: "Ya sabes que yo soy brutalmente sincero", ya estás esperando -y la experiencia no fa– lla- que va a ser brutalmente grosero. Y con este pa– saporte de la sinceridad brutal, que nos cuela de ron– dón sin sello ni "visado", se desahoga de su mal hu– mor hiriendo a los semejantes. Las malas formas deben quedar descartadas, si no por virtud al menos por educación. Y son malas for– mas las que ofenden, las que hieren, las que moles- 228
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