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tas al proJ1mo, podrá sintonizar inmediatamente con múltiples razones -o sinrazones- para la discordia. Se nota en seguida que hay incompatibilidad de ca– racteres, que el egoísmo gana terreno en el hogar, que las mentalida:les son "discordantes". Y hay que unir con naturalidad, llamando a la comprensión mútua, in– vocando la grandeza del perdón que no es "salir per– diendo" porque quien perdona vence siempre. "Donde hay error, ponga verdad". Es un punto sumamente delicado porque entran por medio valores de la más alta calidad humana, mo– ral y espiritual. Por un lado, hay que salvar la verdad que tiene tod-:>s los derechos y la infidelidad a la ver– dad es un pecado contra la luz. Cuando entra por me– dio la verdad hay que servirla como ella quiere ser servida: con santa libertad, con pureza y con pasión. Por honradez quedan descartadas todas las formas que deforman, desfiguran, tergiversan o ensombrecen la verdad. A la verdad hay que acercarse siempre con los pies desnudos y el corazón descubierto. Por experiencia sabemos que, cuando los ánimos se apasionan, se está al borde de la ofensa porque se pasa con faciiidad de la ideología a las personas que la representan. Y aquí se hace necesario recordar que no se puede capitular con el error pero hay que ser respetuoso ccn los equivocados. Es aquello tan sabio de que "hay que odiar el pecado y amar al pecador". que es el Evangelio puro. El Concilio nos pone en guardia contra el "falso irenismo" que, con mejor voluntad que acierto, preten– de "desvirtuar la pureza de la doctrina católica y os– curecer su genuino y verdadero sentido" (UR, 11-1) La restauración de la unidad no puede llevarse a ca- 21

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