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tento y pasarán horas amargas reajustando el presu– puesto mensual que no llega o resulta insuficiente si se hacen gastos imprevistos. ¿Cuándo resulta excesi– va y, por lo tanto culpable, la preocupación por las cosas materiales? Cuando el hombre se materiaiiza y "vive como un esclavo", cuando deja en segundo pla– no u olvida por completo otras obligaciones más im– portantes, cuando pone su alma en el dinero. El trabajo "excesivo" -con su secuela de preocu– paciones, prisa y nerviosismo- es un peligro para el hombre moderno. Se ha comprobado que los pueblos de alto nivel económico arrojan un porcentaje notable de enfermos nerviosos. Cada día muere más gente del corazón. Por otra parte, las ocupaciones excesivas in– ciden de un modo desfavorable en la convivencia: el padre sale a trabajar cuando los pequeños están aún dormidos y regresa a casa a altas horas de la noche, cuando los niños han cenado y se han recogido. No hay tiempo para conocerse, no hay tiempo para hablar, no hay tiempo para conviví r. ¿Cómo remediar una situación tan delicada? No basta la solución simplista: el trabajo es un deber o "trabajo y quemo mi vida por los míos". No basta tam– poco la referencia a motivos espirituales: "el trabajo es un camino para ir a Dios" o "el trabajo es ya ora– ción". Se impone, de modo urgente, una jerarquiza– ción del trabajo y una poda de las ocupaciones no del todo necesarias. Es preferible ganar menos, vivir más modestamente, "renunciar al pluriempleo" para convi– vir más en familia. Y, si no es posible, habrá que buscar un vicio de raíz en las estructuras. 226
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