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mejor sus cualidades. Pero se da el caso de obreros con clara vocación de artistas, de abogados que na– cieron para escritores, de escritores que tenían voca– ción de labriegos. La vida les exige el sacrificio de su vocación porque tienen que vivir y trabajar donde sea y como sea. La fidelidad al trabajo consiste en realizarlo con seriedad, con honradez y con competencia. Las em– presas planifican la producción, seleccionan el perso– nal y organizan las tareas con una minuciosidad mili– métrica. No se deja nada a la improvisación: se revisa la labor y el rendimiento de los empleados, se contro– lan las horas de llegada y de salida, se da una gran importancia a las relaciones públicas. Quien no traba– ja con seriedad está expuesto al despido. Y todo esto está muy bien siempre que se respete la personalidad del trabajador y no se lo reduzca a un número renta– ble. Lo ideal sería que el trabajador realizara sus ta– reas impulsado más por la conciencia que por el con· trol a que se ve sometido. El trabajo no es un fin en sí mismo, sino que está en función del hombr"e y de los valores más altos del espírHu y del bien común. Cuando se pierden de vista los valores de la persona, el trabajador se convierte en una máquina menos valiosa porque produce menos, en un "robot" manejado mecánicamente desde afuera. El hombre se deshumaniza y queda en franca inferio– ridad. No hace falta advertir que si la máquina aplas– ta al hombre nos quedamos sin humanidad. Cristo reprocha a Marta la "excesiva" preocupa– ción por las cosas de la casa. Lo cual indica que hay una preocupación razonable por el trabajo. Los padres que llevan sobre sus hombros el peso del hogar tie– nen que preocuparse necesariamente por ganar el sus- 225
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