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aspectos del problema, sin duda más espirituales le tienen sin cuidado. Hay que ser realistas y dejarse de andar por las ramas. ¿Quién inspira su trabajo en las ideas -muy justas, por cierto- de construir un mun– do mejor, de desarrollar su propia personalidad, de perfeccionar el mundo creado por Dios? La masa obre– ra trabaja con un gran sentido práctico: quiere mejo– rar su nivel laboral para vivir mejor. Y el hombre de la calle trabaja por lo mismo, para hacer más acoge– dora y confortable su casa y para poder dar un porve– nir seguro a sus hijos. El trabajo se cotiza asimismo por las posibilidades que entraña: se puede mejorar no sólo el tren de vida sino también en posición social y en el escalafón la– boral. La fama, la consideración, el prestigio, el acce– so a cargos honrosos en la empresa o en la sociedad suelen ser estímulos de gran peso y grandes incenti– vos para el trabajo. Según la aguda visión humorística de Wenceslao Fernández Flórez, la prosperidad y el progreso -idolillos de gran peso en la sociedad- se edifican sobre "Las siete columnas" de los pecados capitales. Y el diagnóstico es acertado: la vanidad, la ambición, la soberbia, la avaricia ... desempeñan un papel realmente importante. Para el hombre de la calle el trabajo no tiene un valor por sí mismo. Nadie trabaja por trabajar. E! tra– bajo está en función del dinero y de su escolta de se– guridad, confianza en sí mismo, influencias, honores y bienestar. Si el trabajo fuera una opción libre la ma– yoría de los hombres prefiriría vivir sin trabajar o bus– caría un trabajo más en conformidad con sus talentos y con su forma de ser. Es esta otra dimensión del tra– bajo que habría que tener en cuenta: que cada uno de– biera ocupar su puesto, allí donde pudiera ejercitar 224
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