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En la orac1on se presenta con nitidez el ideal cris– tiano de perfección: Cristo Jesús, gran sol del firma– mento espiritual que alumbra, calienta, da fecundidad y madurez. El hombre que entra en la órbita de Cristo sabe que su espíritu estará en tensión toda la vida. Cristo no perdona ocasión para formar y santificar a los suyos y lo hace con procedimientos de singular efi– cacia. Cuando Cristo se ve tomado en serio se dedica al hombre con absoluta seriedad, disciplina su mente y forma sus criterios, enardece su voluntad a base de pruebas, robustece su sensibilidad, configura toda su persona. Cristo quiere que sus seguidores se encuen– tren "en forma" en todo momento. Y la "forma" del cristiano es Cristo. Tensión de nuevo, porque el ideal rebasa todas las capacidades del hombre. El hombre se reconoce a sí mismo impotente para tal empresa: imitar a Cristo, "ser" Cristo, y lógicamente pensar como Cristo, sentir como Cristo, vivir como Cristo. No se trata de piado– sas exageraciones, sino de una voluntad de amor ex– presada enérgicamente en las Santas Escrituras: "Cau– tivad vuestro pensamiento al servicio de Cristo", "Te– ned en vosotros los sentimientos de Cristo", "Mi vivir es Cristo". Y el hombre se entrega a la inalcanzable tarea de copiar, es decir, de convertir en la propia car– ne a Cristo, de grabar a sangre y fuego la imagen de Cristo. Lo que llama San Pablo "conformarse" (ser conformes, identificarse) con Cristo. Se piensa poco en el contenido de radical exigen– cia de estas expresiones. La oración debe ser una vi– tal inserción en Cristo: en su persona y en su mensa– je. Francisco vivió con tanta intensidad a Cristo que lo grabó no sólo en su mente y en su corazón, sino 218

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