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peto. Tiene que ser, al mismo tiempo, de gratitud. Por– que ellos han hecho en su tiempo lo que pedían las circunstancias. Desatender circunstancias concretas de tiempo, espacio, costumbres y vida, es caer en la misma falta de comprensión que se les reprocha. Tie– nen un gran caudal de experiencia que la juventud normalmente no posee. Han llegado a un grado de ma– durez que no se puede suponer normalmente en la juventud. Tienen las suficientes horas de vuelo para en– señarnos. Y cualquier lección que den, ha de ser es– cuchada con docilidad, respeto y estima. Lanzar al rostro de los ancianos venerables la ra– bieta de "¡Bah!, viejos", es un despropósito y una no– table falta de fraternidad. Lo razonable es escuchar– los, procurar situarse en su plano para comprenderlos y, con frecuencia, seguir sus consejos. La juventud ne– cesita de la serenidad, del equilibrio y de la madurez de los ancianos que tienen un puesto de capital impor– tancia en la vida comunitaria. Claro que el respeto y la estima son compatibles con una leal divergencia de criterios. La juventud que ha llegado a formarse una visión personal de la vida y de los acontecimientos no puede declinar sus respon– sabilidades a la hora de crear un ambiente honrado de opinión pública. Integración, colaboración, amor mutuo. Sobre este tríptico, corno sobre sólida base de edificación, se apoya la convivencia humana y fraternal. Los viejos inteligentes se sienten a gusto respirando el aire de las nuevas ideas. Son comprensivos y abiertos y alien– tan la iniciativa personal con su optimismo y con sus directrices. Todos hemos sentido una simpatía espe– cial por el optimismo contagioso de ancianos venera– bles cuya actitud invita a la confidencia. Estos viejos- 212

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