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La rebeldía, la angustia y la impaciencia no pue·• den suprimirse por la fuerza, como se hizo, con una falta desedificante de visión y de madurez, en al– gunas escuelas de formación. La rebeldía hay qus en– cauzarla con razones y con un respeto sagrado a 1a persona y a sus valores. La imposición autoritaria pue– de formar seres hipócritamente sumisos pero crea un resentimiento interiof que imposibilita no ya la convi– vencia fraterna, sino la misma convivencia humana. La divergencia de pareceres, la diversidad de cri– terios, el mismo enfoque dispar entre viejos y jóvenes es un hecho biológico, sentimental, sociológico y es– piritual. Sin embargo, jóvenes y viejos son piezas cla– ve a la hora de organizar la convivencia. Como norma se impone la integración de todos los valores, la cola– boración generosa y amplia entre ambos sectores. En plan práctico, el método más inteligente y más cris– tiano es subrayar lo que une, poner de relieve lo fun– damental común y prescindir por delicadeza de lo que hiere. Las acusaciones, el insulto, la reticencia, las in– directas, la ironía deben quedar descartados entre gente bien nacida. Los jóvenes conscientes deben comprender que los viejos están encariñados con su tiempo. Que el fo– co de la vejez se proyecta, por simple instinto de con– servación, hacia el pasado, en la dirección de un mun– do de costumbres y de formas de vida que hacen vi– brar su sensibilidad. Esto también es justo. Se impo– ne, pues, el respeto a tradiciones que encierran in– apreciables tesoros. Como decía Etienne Gilson y re– cuerda con justa precisión Ortega y Gasset en "La pa– radoja del salvajismo" y en "La psicología del casca– bel", la historia sigue un ritmo ascendente y la pleni- 210
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