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mentalidad. Juan XXIII nos ha sorprendido gratamen– te con su juventud: pensaba y obraba con la vitalidad, el entusiasmo y la esperanza de los jóvenes. El expre– sidente Eisenhower se sentía como uno más entre los jóvenes. El Canciller Adenauer tenía ideas modernas, lo que explica sus éxitos de cara a la opinión interna– cional. Y en el reverso de la medalla nos encontra– mos con jóvenes que se enquistan en una mentalidad anacrónica por timidez, por miedo y por prejuicios. No hay fenómeno sociológico más deprimente que la vejez prematJra. En lo físico y en lo espiritual es ha– lagador que e digan a uno: "A sus años y parece un muchacho", o "¡qué bien se conserva usted: no pasan los años!" La vida es una transformación constante. Lo ha si– do siempre por leyes de dinamismo interno. Eso ex– plica que caca generación arroje al desván de los tras– tos viejos las ideas gastadas e inservibles. Pero es que el mundo moderno ha presenciado un cambio global que afecta no sólo a detalles de superficie, sino "a la misma mentalidad y a las estructuras". Esta afirma– ción es muy grave, pero ahí est$ como testigo autori– zado el Concilio. Este cambio provoca con frecuencia "un planteamiento nuevo de las ideas recibidas". Los viejos moldes no sirven porque fueron creados para enmarcar realidades diversas. La juventud se en– frenta valientemente al problema y parte de un reco– nocimiento previo de las nuevas realidades para· 1an– zarse a plan~eamientos nuevos. Es lógico, ¿no? Dice el Concilio: "Esto se nota particularmente entre los jóvenes, cuya impaciencia, e incluso a veces angustia, les lleva a rebelarse. Conscientes de su propia fun- 207
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