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dio de locomoción. Las empresas tienen empleados que me sirven: las taquilleras que me dan el billete, el chófer que va al volante. Y antes, los obreros que han trabajado en la carrocería, los que han tapizado mi asiento para hacerlo más confortable, los que han di– señado y realizado el coche, los empleados de la ga– solinera. -El trabajo mismo es la mejor prueba de la soli– daridad, de la eficacia de la labor en equipo. Somos los eslabones de una cadena que da unidad y fortale– za al quehacer humano. En la fábrica cada cual tiene una tarea encomendada que condiciona y complemen– ta la tarea de los demás. Las oficinas funcionan gra– cias al perfecto engranaje de los diversos elementos activos. El trabajo se distribuye de un modo inteligen– te y cada pieza está en función del todo. Mientras más hombres, mientras más diversidad de funciones, más relieve toma la labor de coordinación. -Quien lleve los ojos abiertos y la sensibilidad despierta no puede menos de pensar en los demás. La ciudad está limpia gracias a un grupo de hombres: los barrenderos, los que recogen los desperdicios, los que riegan las calles con la manguera, los ciudadanos responsables que se acuerdan de las papeleras. La ciudad es más bella gracias a los jardineros. La ciu– dad es más grata cuando los hombres se han impues– to el compromiso de ser amables, bondadosos y cor– teses. La ciudad es más segura gracias a los semáfo– ros y a las líneas de diversos colores que han pintado unos hombres sobre el pavimento y a lo largo de las vías públicas. -Todos somos necesarios. La casa en que vivo me hace pensar en un aparejador, en un arquitecto, en 194
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