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virtió en saludo, en modo de ser, en forma de vida. Su paso por el mundo fue -y lo es todavía- un irre– sistible llamamiento a la paz. El secrete de Francisco, su obra de infinitas pers– pectivas, se torjó y se decantó en la plegaria humilde y confiada: "Señor, haz de mí un instrumento de paz". Fue un pacificador, no un demagogo alocado de la paz. Siguió el camino opuesto a la demagogia: no fue "contestatario" porque era demasiado inteligente, leal y comprensivo para ser crítico amargado. No enfrentó a los ricos cJn los pobres, porque era excesivamente pacífico para provocar la lucha de clases. No se pasó a la oposición contra la autoridad política porque no tenía ambiciones y porque su sentido de la fraterni– dad no le permitía "oponerse" a nadie. Daba con na– turalidad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y con este estilo fraterno, conciliador, pa– cificador -sin pancartas subversivas, sin arengas de mitín, sin denuncias que hoy llaman irreverentemente "prqféticas"-, hizo más por la paz que todos los de– magogos del mundo. 17
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