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te las inquietudes sanas de los demás. Nada de extra– ño que el pesimista acabe siendo por culpa propia un solitario, desvinculado de la marcha de la comunidad y, con frecuencia un resentido insoportable. ¿Para qué? Pues muy sencillo: para vivir la vida con un sentido de plenitud. Para meter en el alma de los hombres que la vida es un don de Dios y que todos somos hermanos. Para decir a los hombres que la vi– da es breve y que hay que aprovecharla como Dios quiere. Para sacar a los hombres de su mediocridad presentándoles el mensaje del Evangelio, que es Cris– to y su ·doctrina, y hacer hombres nuevos, hombres buenos, hombres santos. Para prender en el corazón de los hombres el amor de Dios. Para meter en el ho– gar la divina inquietud del apostolado. Para crear en torno nuestro un ambiente de fraternidad, de trabajo, de estímulo. Si Francisco se hubiera dejado vencer por la horrible tentación del pesimismo hubiera sido un vulgar comerciante de telas. ¿Para qué? Para que los pobres tengan casa,. pan, escuela e iglesia donde antes no había' más que ni– ños abandonados, chabolas inhabitables, mujeres des– greñadas y gente marginada. ¿Para qué? Para que la palabra de Dios sacie el hambre espiritual de quienes no lo aman porque no se les ha hablado de él. Para que la palabra se meta en las casas más apartadas por medio de la radio. Para que, entre tanto ruido de odios, sexualidad, in– justicia suene el mensaje de Cristo y de Francisco: Paz, paz y bien. -Para que nos conozcamos mejor, para informar de nuestros éxitos y fracasos, para hacer más eficien– te nuestro aposto:ado. Para saludarnos, para buscar 172

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