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Con esta óptica deformada o, mejor, pervertida, los horizontes de la moralidad quedan sin deslindar. Y el pesimista no ve más que una enorme mancha negra. Su pecado es la generalización que se debe evitar por sentido común y por un sentido elemental de la justi– cia. Nunca hay que olvidar que la cizaña nace junto al trigo bueno, que incluso en las épocas de más podre– dumbre hay hombres ejemplares e insobornables, que no se puede coartar la libertad por el hecho de que haya quienes abusen de ella. El pecado capital del pesimista es la falta de espe– ranza en Dios, en la vida y en los hombres. El pesimista es una rémora en la vida comunitaria que requiere amplitud de horizontes, abertura mental y entusiasmo en la organización de sus tareas. El pe– simista provoca con su escepticismo y con su descon– tento un clima de inseguridad, de descontento y de in– hibición ante las tareas comunes. Es una especie de aguafiestas porque siempre alude a experiencias fra– casa.das, a dificultades insuperables, a la ineficacia, al peligro. Se ve claro que una colec:ividad que viene de vuelta de todo, que ve con escepticismo la labor de sus compañeros, que no tiene entusiasmo ni alegría en el trabajo es una agrupación de fracasados. El pesimista reacciona en un plan escéptico des– consolador: "Total, ¿para qué?" "Si no se va a conse– guir nada", "Cuando tengas las horas de vuelo que yo tengo, me hablas de eso", "Se ha intentado mil ve– ces lo mismo y seguimos igual". Es una terrible enfer– medad que se extiende por contagio y crea hombres pasivos, atormentados, ineficaces. Y esta pasividad, es– ta indiferencia por todo y hacia tcdos es una especie de. muerte anticipada. Se reacciona de un modo asép– tico ante la amistad, ante los proyectos de trabajo, an- 171
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