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El progresismo lleva en su interior una contradic– ción evidente. (De nuevo hay que anotar que se trata ahora. de los progresistas extremes). En principio pro– pugnan una democratización dentro de la Iglesia, par– ticularmente a nivel de jerarquía. Piden clamorosamen– te una consulta sobre problemas que afectan a la bue– na marcha de la Iglesia. Y se la piden al Papa, a los Obispos y a las jerarquías menores. Pero, esto es lo paradójico, en la práctica se esfuerzan por imponer su propia opinión, formando a veces bloques y grupos de presión que van contra la sustancia misma de la demo– cracia. Flota sobre el agua un espíritu dictatorial e im– positivo que ellos fustigan ensañadamente en la auto– ridad. El "clan de los contestatarios" es un fenómeno cómico, visto desde afuera como observadores. "Con– testan" contra decisiones de la Jerarquía, que detenta legítimamente la autoridad en la Iglesia y pretenden im– ponerle su opinión privada. A 1 go parecido pasa con la libertad, que es una de las bases de su credo ideológico. Pero luego son tre– mendamente exclusivistas y no respetan para nada la opinión de los que no piensan como ellos. En una so– ciedad democrática debe reinar la igualdad de oportu– nidades. Derechos y obligaciones han de repartirse con equidad pero nadie puede dimitir de sus obligaciones ni privar a sus semejantes de los derechos que les co– rresponden. En el juego democrático hay un elemento fundamental que debe ser respetado: el sufragio. Son lógicos quienes se oponen al sufragio por razones ideológicas. Pero un demócrata iría contra sí mismo al impugnar el derecho al voto. Y si se admite el dere– cho, !as consecuencias son irreversibles. ¿Por qué ese contrasentido tan frecuente en el progresismo extre– mista de criticar los resultados de las votaciones no 155

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