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88 P. Pro M." DE MONDREGANES, o. F. M. CAP, rrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no toma su cruz y viene en pos de mí no puede ser mi discípulo» (9). Luego se– guir de cerca a Cristo supone la renuncia a la familia y hasta a la misma vida. Renunciar a todo por seguir sin obstáculos al Maestro divino. Nos dice por San Juan: «En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto. El que ama su alma, la pierde; pero el que aborrece su alma en este mundo, la guar– dará para la vida eterna» (10). San Pablo escribía a los gálatas: «Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias» (11). «Cuan– to a mí-continúa el Apóstol-, no quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (12). La vida religiosa es seguir a Cristo en su doctrina y en sus ejemplos. Para imitar al Modelo es necesaria la abnegación, la renuncia, la mortificación, el sacrificio ; llevar con El la cruz hasta el Calvario. El Corazón divino nos dice claramente: «Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas» (13). Que nuestro corazón sea semejante al suyo en la man- (9) Luc.• XIV, 25-27. (10) Jn., XII, 24-25. (11) Gal.• V, 24. (12) Gal., VI, 14. (13) Mat., XI, 29.
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