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72 P. PIO M.ª DE MONDREGANES, O. F. M. CAP. cordioso que se compadece de nuestras heridas, es decir, de nuestros pecados, los perdona y nos cura con pater– nal solicitud. Jesús, en el Nuevo Testamento, se muestra también como Médico divino que cura a los enfermos. San Mateo refiere la curación del leproso que se postró ante El, di– ciendo: ((Señor, si quieres, puedes limpiarme; El, exten– diendo la mano, le tocó y le dijo: «Quiero: sé limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra» (78). El mismo Evangelista nos refiere la curación del siervo del centu– rión, que yacía en casa paralítico y gravamente atormen– tado: «El dijo: Yo iré y le curaré. Y respondió el cen– turión: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo, di sólo una palabra y mi siervo será curado. Y Jesús, viendo tanta fe en el centurión romano, le curó en aquella hóra>i (79). Entrando en la casa de Pedro, curó a la suegra de éste (80). Ya atardecido, le presentaron muchos endemoniados, y arrojaba con una palabra los espíritus, y a todos los que se sentían mal los curaba, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, que dice: «El tomó nuestras enfermedades y cargó con nues– tras dolencias» (81). Consta por los Evangelios que Jesús curó a muchos enfermos y endemoniados y fue el Médico divino que pasaba haciendo bien a todos, especialmente a los que padecían algún mal. El Salvador del mundo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se muestra bajo el símbolo y la (78) Mat., VIII, 2-3. (79) Mat., VIII, 5-13. (80) Mat., VIII. 4. (81) Mat., VIII, 15-17.

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