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HORNO ARDIENTE DE CARIDAD 55 ARTICULO III El Corazón de Jesús es Corazón de Hermano Considerando la dignidad de Dios y la indignidad del hombre, es muy de admirar que Jesucristo sea y se llame nuestro Hermano. Jesús, después de la Resurrección, se apareció a la Magdalena y le dijo: «No tocarme, porque aún no he subido al Padre ; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (44). San Pablo escribe a los romanos: «A los que antes conoció, a éstos predestinó a ser con– formes con la imagen de su Hijo, para que Este sea el Primogénito entre muchos hermanos» (45). Y a los efe– sios: «Convenía que Aquel para quien y por quien son todas las cosas, que se proponía llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por las tribulaciones al Autor de la salud de ellos. Porque todos, así el que santifica como los santificados, de uno solo vienen y, por tanto, no se avergüenza de llamarlos hermanos» (46), diciendo: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré» (47). El Verbo tomó nuestra naturaleza, se unió a ella ín– timamente, nos incorporó a Sí mismo de tal modo que el Padre nos miró como hijos adoptivos. Así, Jesús fue nuestro Hermano Mayor, Hijo natural del Padre Eterno, y los demás, incorporados a Cristo por la gracia, sus hijos adoptivos. (44) Jn., XX, 17. (45) Rom., VIII, 29. (46) Hebr., II. (47) Hebr., II, 10-11.

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