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CAPITULO VI EL CORAZON DE JESUS Y EL CUERPO MISTICO Jesucristo, enviado por el Padre Eterno a este mundo para redimir la humanidad y salvarla, cumplida su mi– sión volvió al Padre. No podía concretarse sólo a su vida temporal y a las gentes de Palestina; debía ser universal en el tiempo y en el espacio, extenderse por todo el mundo y por todos los tiempos. Jesús murió por todos. Para continuar y extender su misión salvadora fundó la Iglesia, su Esposa dilectísima, para que fuera la continua– dora de la redención. Como dice el Concilio Vaticano I, desús fundó la Iglesia para hacer su obra de Redención perpetua» (20). La Iglesia tiene la misma misión de Cris– to, con la sola diferencia de que Cristo adquirió con sus méritos toda la humanidad y la Iglesia los aplica. Con– fió a la Iglesia los mismos poderes de magisterio, de go– bierno y de santificación. Por esto dijo a los Apóstoles: «Como el Padre me ha enviado a mí, así yo os mando a vosotros» (21). San Pablo lo confirma cuando escribe: «Es necesario que los hombres vean en nosotros minis– tros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (22). (20) DENZ., 1821. (21) Jn., XX, 21. (22) 1 Cor., IV, l.

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