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38 P. PIO M.ª DE MONDREGANES, O, F. M. CAP. la estima y el amor a su castísima Esposa por la obra misteriosa del Espíritu Santo. Fue siempre el siervo fiel que la acompañó en el viaje de Belén y en los demás acontecimientos de su vida. , Además de ser esposo fidelísimo de María, la Provi– dencia le destinó a ser el padre putativo de Jesús. Cumplió con los deberes de padre en nombre de Dios, Padre Eter– no del Verbo Encarnado. Podemos considerar con cuánto cariño y afecto pas terno le trataría en el nacimiento. ¡ Qué regocijo tendría al besar, abrazar y estrechar en sus brazos al Rey de Re– yes recién nacido! Podemos pensar que un gozo inefable llenó todo su corazón al tener en brazos al Niño-Dios. ¡ Con qué solicitud, al aviso del Angel, preparó el viaje a Egipto para librarle de las iras de Herodes! Avi– sado de nuevo por el Angel del Señor regresa con Jesús y María y se retira a Nazaret para llevar allí una vida escondida, orando y trabajando para el sostenimiento de la Sagrada Familia. El siervo bueno y fiel cumple con su misión, y se interesa por el bienestar de aquellas san– tísimas personas. No podemos concebir el gozo de San José al estar y convivir con Jesús, el HombreaDios, Salvador del mun– do. j Qué delicia, qué miradas tan afectuosas, qué pala– bras tan suaves! ¡ Tres personas perfectísimas sin peca– dos, sin defectos, que se comprenden, se aman, se ayudan, se quieren ! ¡ Qué paraíso en la tierra ! ' José muere entre los brazos de Jesús y de María. El Salvador del mundo, el Sacerdote Supremo de la Nueva Ley, la Esposa Inmaculada y sin mancha, asisten a su muerte, que la podemos llamar dulce tránsito de este inundo al otro. Muere con la seguridad de entrar en la eternidad feliz.

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