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258 P. PIO M."' DE MONDREGANES, O. P.M. CAP. la Divina Majestad. Es necesario pagar esa deuda, re– parar la injuria, satisfacer la pena temporal para desagra– viar al Señor ofendido. 2. Reparación le Cristo. El Santísimo Redentor sa– tisfizo al Padre Eterno por los pecados de los hombres, murió y derramó su sangre de valor infinito por toda la humanidad prevaricadora; su redención fue copiosa, abundante, universal. Sólo una Persona divina podía sa– tisfacer ad aequalitatem iuris. 3. Nuestra reparación. San Pablo escribió a los co– losenses: «Ahora me alegro por mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribula– ciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (17). A la reparación del Verbo Encarnado, que se inmoló por nosotros en la cruz, tenemos que cooperar también nos– otros con la penitencia, la satisfacción y la reparación como miembros del Cuerpo Místico, la Iglesia, Esposa del Cordero inmolado. En el himno de las primeras vísperas del oficio del Sagrado Corazón se dice: «He aquí cómo una insolente y horrible multitud de nuestras culpas han herido al Co;– razón inocente de un Dios ... El golpe de la lanza del soldado fue dirigido por nuestros pecados. Estas pala• bras nos recuerdan las que dirigió Jesús a Santa Marga– rita María de Alacoque: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y en cambio de su amor infinito, en lugar de encontrar gratitud encontró olvido, indife– rencia, ultrajes a veces de los que le debían tributar amor especial» (18). (17) Col., I, 24. (18) Lecc., VI.
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