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234 P. PIO M.ª DE MONDREGANES, O. P. M. CAP. El anciano Simeón, justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel, cuando tomó a Jesús en sus brazos con ocasión de la presentación en el templo, bendiciendo a Dios, dijo: ce Ahora, Señor, puedes dejar ir a tu siervo en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salud, la que has preparado ante la faz de todos los pue– blos, luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo, Israel» (141). 2. Si para los justos del Antiguo Testamento la es– peranza del Redentor era ya una grande consolación, la realidad causa a los justos del Nuevo Testamento más consolación todavía. Gozaron de las delicias de Jesús, en su vida terrena, María Santísima, San José, los Pastores, los Magos, el profeta Simeón, los Apóstoles, las personas que le seguían, los favorecidos con los milagros, los que habían recibido algún beneficio de Jesús. ,J:esús fue la delicia de tantos santos y almas interiores, que gustaron de las dulces efusiones de su espíritu divino que les hacía gustar en la contemplación infusa y en los momentos de íntima consolación. ¡ Cuán dulce y cuán suave es el Señor para con todos los que le aman! ¡ Qué dulzuras y suavidades divinas no sintieron San Pablo, San Agustín, San Bernardo, San Francisco, San Buena– ventura, San Pedro de Alcántara, Santa Teresa de Je– sús, San Juan de la Cruz, San Francisco de Sales, Santa Margarita de Alacoque, Santa Verónica Giulani, San Lo– renzo de Brindis y otros muchos santos en los cuales Dios se complacía y se gozaba ! 3. La delicia mayor y perpetua de los santos será con– templar la hermosura de Dios por toda la eternidad en los cielos. Allí las almas de los bienaventurados gozarán (141) Luc., II, 29-32.
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