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186 P. PIO M.ª DE MONDREGANES, O. F. M. CAP. sino la vuestra.» Agradó al Padre en todas las cosas, y por esto el Padre puso en El todas sus complacencias. Este es mi Hijo muy amado. 2. Jesús, como Verbo Encarnado y persona divina, se muestra siempre igual al Padre. «Yo y el Padre so– mos una misma cosa» (74). Con obras y palabras de– mostró su divinidad, glorificó al Padre. «Jesús es un espejo sin mancha de la majestad de Dios e imagen de su bondad» (75). El Padre habita en el Corazón del Hijo, vive en El, reposa en El. El mismo Jesús da testi– monio de ello. Cuando los judíos querían apedrearle, les dijo: «Muchas obras os he mostrado de parte de mi Padre, ¿por cuál de ellas me apedreáis?,, Respondieron los judíos: «Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por la blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Hijo de Dios.ii Jesús les respondió: «¿No está escrito en vuestra ley: Yo digo dioses sois? Si llama dioses a aquellos a quienes fue dirigida la palabra de Dios, y la Escritura no puede fallar, de Aquel a quien el Padre santificó y envió al mundo, ¿decís vosotros blasfemas, por que dije: Soy hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya no me creáis a mí, creed a las obras, para que sepáis y conoz– cáis que el Padre está en mí y yo en el Padre» (76). 3. El Corazón de Jesús nos da ejemplo de humildad y de verdad. Se humilla ante el Padre como hombre ; y se iguala al Padre como Verbo Encarnado, segunda persona de la Santísima Trinidad. Todas tres son con– substanciales, coeternas y coiguales. (74) Jn., X, 39. (75) Sap., VII, 26. (76) Jn., X, 32-38.
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