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HORNO ARDIENI'B DE CARIDAD 129 y tranquilidad; otros se agitan y conturban. No faltan autores que afirman que el moribundo tiene grandes ten– taciones, y que el Angel bueno y el diablo luchan para arrebatarse el alma del moribundo. Todo puede suceder. La práctica de la Iglesia es asistir a bien morir con los Sacramentos, las oraciones, las exhortaciones de los sacerdotes, que confortan con la esperanza cristiana del perdón y del premio. Jesús murió por nosotros, temió también la muerte en las agonías de Getsemaní ; pero recibió el Angel del Consuelo, se resignó a la voluntad del Padre, sufrió to– dos los dolores de la Pasión hasta que expiró en la cruz, encomendando su alma al Padre: In manus tuas commendo spiritum meum. Los dolores de Jesús y su sangre nos servirán de consuelo. Dios compró nuestras almas con su sangre. Jesús es el Buen Pastor, que dijo: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo las doy la vida eterna, y no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano» (66). Pongamos, pues, toda nuestra esperanza y confianza en el Corazón de Jesús, que murió por nuestra salvación y que dio la vida por sus ovejas. A su sierva Santa Margarita le hizo promesas conso– ladoras: entre ellas, la Gran Promesa de la buena muer– te y perseverancia final a los que comulgaran los nueve primeros viernes consecuentivos de cada mes. 3. Jesús nos recibirá bien. Jesús, al salir el alma de este cuerpo, la acogerá con benevolencia de Padre. Dirá a sus devotos : «Siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho, entra en el gozo (66) Jn., X, 27-28. 9
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