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128 P. PIO M.a. DE MONDREGANES, O. F. M. CAP. Todos esos elogios al santo temor de Dios son reales, pero el temor no debe ser exagerado ni se debe llegar a perder la confianza y la esperanza en los auxilios y misericordias divinas. Meditando en la bondad y miseri– cordia del Corazón divino, se moderarán los excesos del temor. l. El Sagrado Corazón ofrece el perdón. Jesús tiene potestad de perdonar los pecados y es un artículo de nue:;tro credo: creo en la remisión de los pecados. No sólo Jesús puede, sino que quiere y lo ha prometido millares de veces. Nos dice por Ezequiel: «El alma que pecare, ésa morirá ; el hijo no llevará sobre sí la iniqui– dad del padre; ni el padre la del hijo; la justicia del justo será sobre él, y sobre él será la iniquidad del mal– vado. Si el malvado se retrae de su maldad, y guarda todos mis mandamientos, y hace lo que es recto y justo, vivirá y no morirá. Todos los pecados que cometió no le serán recordados y en la justicia que obró vivirá. ¿Quiero yo acaso la muerte del impío-dice el Señor-, y no más bien que se convierta de su mal camino y vi– va?» (64). El Corazón de Jesús tuvo compasión de la Magda– lena, del publicano, de la adúltera, de San Pedro, del Buen Ladrón y de tantos otros. El mismo dice que vino a este mundo «no por los justos, sino por los pecado– res» (65). 2. Jesús asegura su asistencia. Son incontables los modos de la muerte : unos mueren repentinamente, cuan– do menos se piensa; otros, después de dolorosa enfer– medad. Algunos esperan la muerte con dulce serenidad (64) Ez., XVIII, 20-23. (65) Mat., IX, 13.
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