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HORNO ARDIENTE DE CARIDAD llí III NECESIDAD DEL APOSTOLADO Yavé ordenó al profeta Jonás ir a predicar a Nínive: «Levántate, y ve a Nínive, la ciudad grande, y anúnciales– que su maldad ha subido hasta mí» (30). A la predi– cación de Jonás, los ninivitas se convirtieron, hicieron penitencia y Dios les ofreció el perdón. Dios exhortaba a penitencia a su pueblo por medio del profeta Joel, diciendo: «Tocad la trompeta en Sión, promulgad ayu– no, pregonad asamblea. Reunid al pueblo, ordenad con– gregación, convocad a los ancianos, reunid a los niños, aun a los que cuelgan de los pechos. Que deje el esposo su cámara, y su tálamo la esposa. Entre el pórtico y el altar lloren los sacerdotes, ministros de Yavé, diciendo : ¡Ten piedad de tu pueblo, oh Yavé, y no des al oprobio tu heredad, para que se enseñoreen de ella las gentes ! Porque han de poder decir las gentes: ¿Dónde está su Dios?» (31). El profeta David clamaba: «Ardo al ver que los im– píos se apartan de tu ley» (32). «Arroyos de agua caen de mis ojos, porque no guardan tu ley» (33). El mismo Salvador lloró sobre la infidelidad de Je– rusalén, y entrando en el templo, evangelizaba a las turbas y ejercía el apostolado entre los doctores de la Ley. (30) J on., I, l. (31) Joel., II, 15-17. (32) Sal., 118, 53. (33) Sal., 118, 136.
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