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8 P. PIO M."' DE MONDREGANES, O. F. M. CAP. y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda plenitud de Dios» (Ef., III, 17-19). Viendo Jesús que, no obstante la inmensa caridad que mostró a los hombres en su Encarnación, Vida, Pasión y Muerte, aún hay tantos que no le aman, quiere mani• festarles su Corazón inflamado de amor para moverles y atraerles a su servicio y a su amor. Quiere que todos le conozcan, le amen y le sirvan para que se salven y gocen de la eternidad feliz. Estamos en unos tiempos en los cuales los hombres se olvidan de los destinos eternos y sobrenaturales; rei– nan y dominan el materialismo, el sensualismo, la indz– ferencia religiosa, el egoísmo, la ambición y la lucha de clases. Se multiplican los pecados, las injurias y los agravios contra Dios, la Iglesia, los Sacramentos y sus minisitros. Se ha roto el freno· del pudor, de la honestidad y de las buenas costumbres. En todo el mundo se ex– tiende una especie de neopaganismo que invade las per– sonas, las familias, las sociedades y las naciones. El hom– bre se rebaja al nivel de los brutos. Como remedio contra esa pleamar de vicios y pecados se manifiesta el Amantísimo Corazón de Jesús, Maestr9 de Verdad, Modelo de Santidad y Horno ardiente de Caridad, y nos dice: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Y o soy el Camino, la Verdad y la Vida; el que me sigue no anda en tinieblas; quien entra por mi puerta se salvará». Por su medio los pecadores se convertirán, los tibios se harán fervorosos; éstos progresarán rápidamente en las vías de la perfección evangélica. El Corazón divino anhela que las almas buenas se con– sagren a su servicio; que reparen tantas injurias como se

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