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CAPITULO V LA VIA DOLOROSA DE JERUSALEN ¡Jerusalén! era uno de los nomlxes más dul– ces y suaves para el pueblo de farael. El sal– mista expresa maravillosamente su entrañable amor a la ciudad santa durante el cautiverio: "Junto a los ríos de Babilonia noE sentábamos. y llorábamos, acordándonos de Sión. De los. cauces de sus orillas colgábamos nuestras cíta– ras. Allí, los que nos tenían cautivos, nos pe– dían que cantásemos; los que nos habían lle– vado atados, que nos alegrásemos: Cantadnos alguno de los cánticos de Sión. ¿Cómo cantar en tierra extranjera los cánticos de Yavé? Si yo me olvidare de ti, Jerusalén, olvídese de mí mi diestra; péguese mi lengua al paladar, si yo no me acordare de ti; si no pusiera a :erusalén por encima de cualquier alegría. Recuerda, ¡oh Ya– vé!, a los edomitas el día de Jerusalén, los que decían: "Arrasadla, arrasadla hasta los cimien– tos." Hija de Babel, de.stinada a la devastación: -· 35 -
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