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¡Jesús entre dos ladrones! Uno de los malhe-· chores crucificados le insultaba, diciendo: "¿No, eres tú el Mesías? Sálvate, pues, a ti mismo y a nosotros." Pero el otro, tomando la palabra~ le reprendía, diciendo: "¿Ni tú, que estás su– friendo el mismo suplicio, temes a Dios? Nos– otros, justamente, porque recibimos el digno, castigo; pero éste nada malo ha hecho", y de– cía: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino." El le dijo: "En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso" (2). Pedro defendió a Jesús con la espada en el huerto de los Olivos; la mujer de Pilato, con el consejo al marido; el Buen Ladrón, con la de– fensa de su inocencia. Esta defensa fué tan agra– dable a Jesús, que al instante le perdonó y le prometió el paraíso. Este es el fruto de la hu– mildad y de la confesión sincera. El Ladrón pide un recuerdo, y Jesús le otorga el perdón y el premio. A la fe ,a la penitencia y a la pre– dicación del Buen Ladrón, Jesús da como pre– mio el paraíso. El ejemplo del Buen Ladrón, que se convier– te al fin de la vida, nos debe inspirar una gran confianza en Jesús, mas nos debe también es– timular a la confesión y penitencia. Si le he– mos imitado en la culpa, imitémosle en la fe y en el arrepentimiento, en la confianza y en ef amor verdadero. En el Calvario hay tres cru– ces: la de Jesús inocente, la del Buen Ladróill (2) Lttc., XXIII, 39-43. - 361

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