BCCCAP00000000000000000000737

\tos; más convincente de su divinidad que si hu– biera descendido de la cruz. Se maravillan los historiadores de la clemencia de César con los Pompeyanos, de Alejandro con Darío, de Au– gusto con Cima; pero ¡cuánto es mayor la cle– mencia de Jesús para con los que le crucifi– can! Si la muerte de Sócrates es la de un filóso– fo estoico, la de Cristo, que perdona, es la de un Dios. La oración de Cristo llegó al trono del Padre Eterno, y desde allí desciende la misericordia y el perdón a la Humanidad prevaricadora. En la Antigua Ley, el sumo sacerdote, el día de la ,expiación, ofrecía la víctima en sacrificio y la rociaba con la sangre del santuario orando a Dios que perdonase los pecados de su pueblo. Ahora, en la cruz, Jesús, Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, hace descender las divinas misericordias sobre el mundo. Esta palabra de Jesús es de esperanza para todos nosotros. El Crucificado, Sumo Sacerdo– te, nos rescata e interecede por nosotros, can– cela la sentencia de muerte y nos reconcilia <:on Dios. Por muchos pecados que haya come– .tido el hombre, puede mirar al Crucifijo, pue– ,de escuchar de sus labios las palabras: Padre, perdónales, porque no saben lo que se hacen. Este es el testamento de Jesús. Imita· tú también a Jesús y perdona a todos tus enemigos. Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudo– res. Perdona como Jesús lo quiere. - 359 -

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz