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Dios dice su voz al mar y el mar se hace pequeño y manso. Mira al cielo y las flores se hacen estrellas. Camina por el aire y las nubes se incendian a su paso. Se hace Hombre y el hombre cree en El. Nos deja su Eucaristía y su presencia tiene sagrarios, adora– dores y sacerdotes. Se nos da en Comunión y vivimos por El, en El y para El, llenándonos de su vida y de su recuerdo. Cristo nos brinda con su gloria. Con una gloria que ha llegado a ser cristiana a base de grandeza y eleva– ción. Y esta gloria es ejemplo en el guión vivido por Cristo, y esperanza novísima en su Palabra. He aquí la coincidencia providencial. El anhelo de gloria, tan entrañable, va a abrirse a horizontes in– finitos. Dios nos mira desde la inmensidad del cielo, hecho a la medida de nuestro ensueño. Y nos llena de una nostalgia inefable, que es invitación íntima a vivir de cara a la eternidad, que se asoma a la noche con pupilas innumerables. Con el corazón despierto en los caminos hondos del cielo, del mar o del alma... 91

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