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Mientras, las rosas de la alegría se estremecen de Júbilo ante la mirada asombrada de un niño en el ho– gar o al roce tembloroso de un pájaro en el verde– luz del río. Las rosas de dolor son, con frecuencia, rosas de sagrario o un grito de pureza que se alarga hasta la Virgen de mayo... ROSARIO LIRICO sabe un sermón para las ro– sas. Un sermón elemental que espera el ala de cual– quier silencio para hacerse diálogo amoroso. Algo así como aquel de San Francisco a los pajarillos: "Her– manas rosas... alabad al Señor, que os ha hecho tan bellas y buenas". Hermanas rosas, a veces tan mías que no sé si sois yo mismo. Hermanas rosas, sensitivas y espirituales, también como yo... Voy a haceros cristianas para que cantéis con los ángeles el villancico de la gloria de Dios en las altu– ras... No seais soberbias, como globos vacíos, para que no os mire Dios con ironía. Sed elementales co– mo el árbol humilde, para merecer toda brisa... La gloria mundana es un juego de críos. La fama, un griterío altisonante. Las riquezas, esfuerzo, inse– guridad, tiranía implacable. La amistad, adulación y egoísmo. El amor sensualidad. La pasión, cansan– cio... No es un esquema pesimista de la gloria. Es la realidad menos inconstante del mundo. Todos los días se repite "la ilusión de fa gloria", con el mismo grite– río, con el mismo <leso febril, con idéntica insatisfac– ción. El espejismo de la gloria obsesiona al hombre mundano, que llega a renuncias crueles... por un es– pejismo. En cambio la gloria de Dios es toda una fiesta, extensa como su poder o su amor. 90

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