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También la gloria humana reclama con urgencia su bautismo. Un bautizo que cristianice su sangre azul en el agua de la propia nada ante la VeTdad de Dios, y en el espíritu, que es fuerza e inspiración. La gloria, abanderada de la juventud en el verde– oro de la esperanza... Con la alegría y el dolor forma el tríptico de todo itinerario mundano. Aunque, en realidad, no suele cuajar rosas definitivas como .el do– lor. Ni rosas de serenidad como la alegría. Todas las formas de lo glorioso -riquezas, arte, religión-, son más bien afán que destino realizado. Así se hace más imperiosa y nueva la invitación a la riqueza, al arte o a la santidad. Tal vez sea éste el se– creto de la gloria, lo que la hace más codiciada. Porque es lo cierto que la imaginación y el re– cuerdo persiguen un sueño frecuente de rosas glo– riosas, en la fascinación de todos los jardines. En la juventud, en la primavera y en el amor... La gloria tiene un misterio mágico en sus puertas difíciles de escudos y mastines. Dentro, surtidores de oro en la dulzura de la mañana, princesas de cuentos de hadas y juglares con trovas y risas... ¡ Qué programa para la ilusión! Con todo, ¡ qué pobreza de recursos en un programa tan fantástico! Los caminos de la gloria terminan en el bochorno de una tarde de verano. Las rosas gloriosas quedan tronchadas en el ambiente frívolo de una fiesta sin sol ni trinos. O son pisoteadas en una hora de cual– quier camino con polvo... 89

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