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calaron con su negrura el corazón de la mañana. A la hora de nona el cielo estaba oscuro y tétrico como una noche sin estrellas en los cuadros de Doré. Se ras– gó en dos el velo del templo, dejando desnudo el Sancta Sanctorum. Se inmutó el paisaje. Jesús, clamando con voz poderosa, exclamó: "Se.. ñor, en tus manos encomiendo mi espíritu". Y, dicho esto, expiró... La grandeza de su muerte impresionó vivamente al centurión romano que glorificó al Crucificado con una confesión de su divinidad: "Verdaderamente es– te era el Hijo de Dios"... Llegaron los soldados para quebrar las piernas de los moribundos. Mas, al llegar a Jesús, viéndolo ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza. Su corazón quedó a flor de carne en un afán gozo– so de amar y bendecir... Después de esto José de Arimatea, uno de los co– bardes que se ocultó por miedo a los judíos, tuvo un arranque de generosidad y pidió permiso a Pilato pa– ra llevarse el cadáver del Maestro. José y Nicodemus lo envolvieron en lienzos, perfumes y cariño y 'lo se– pultaron en un monumento nuevo... Hermanos, todos los que amáis a Jesús, aunque lo hayáis huído por cobardía, por fragilidad o por mali– cia. Un momento para la generosidad. Poned con ilu– sión vuestra rosa en este "Rosario lírico", que voy a posar como un beso único -vuestro y mío-, sobre el Corazón dormido del Hombre que más nos ha amado... 84

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