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El camino del Gólgota quedó santificado con la sangre de las heridas de Jesús. Con el claror de su mirada. Con la semilla roja de su palabra... Ahora va a santificar el leño tosco de infamias de la cruz haciéndolo medida de un amor inconmensu– rable, que se pierde en la largura de sus brazos, hechos para la dulzura palpitante de una bendición para los niños o de un abrazo para los pecadores... Jesús se deja desnudar mansamente. Las llagas dormidas despiertan a un nuevo dolor y llenan su cuerpo virgen de sangre fresca y roja como bocas de claveles que hubieran florecido en su carne. Y empieza la escena de la crucifixión... No falta un detalle. Allí están los martillos, los clavos negros, el rótulo de su condena con las letras exóticas de Gre– cia y Roma. Suenan los golpes rudos, metálicos, casi sin eco. Los pies y las manos de Jesús se crispan sin odio bajo el taladro de los clavos... Lo levantan..., apo– yan la cruz junto al agujero clavado en la roca..., un breve forcejeo y... Jesús queda desmayado por el gol– pe del madero que contrae cruelmente todos sus miem– bros... Los soldados ríen y hacen alusiones picantes. El pueblo grita frenético. Los fariseos se regodean en su triunfo. Jesús calla y perdona... Por las aceras de su imaginación pasa su vida en una película de proyecciones rápidas con una impron– ta única, que se condensa en una frase. Como las co– sas más definitivas: Vida de consagración amorosa a la paz y al bien... 81

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