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labios una súplica angustiosa que llenó el olivar co– mo un sollozo : "Padre, si es posible, pasa ele mí este cáliz... " Fué un momento inefablemente dolorido. Dios le ofrecía un cáliz amargo con el amargor infinito de todo lo turbio y pecaminoso del mundo. En una pe– lícula rápida y escalofriante, ensombreció su mirada la visión trágica de la humanidad, desde el asesinato de Abel, hasta el beso repugnante de Judas... Y oró con fervor, como el niño indefenso que grita el nombre salvador en la inminencia del peligro: "Pa– dre... " Sus labios quedaron entreabiertos como un capullo nuevo. Y prosiguió: "Si es posible... pasa ele mí est~ cáliz". Mas luego, en una afirmación valiente de confor– midad, ensalza los designios de Dios y acomete con decisión la obra redentora: "Con todo, no se haga lo que yo ,quiero, sino lo que ,quieres Tú". La noche vibró herida por un aleteo inmenso como si hubieran alzado su vuelo casto todas las tórtolas del olivar. Era la respuesta del Padre a la oración de Jesús. "Y se le apareció un ángel -que le confortaba". Venido en agonía, oraba más intensamente: "No se ,haga mi voluntad sino la tuya". Pena infinita... Hasta sus venas sintieron el desgarro del dolor y re– ventaron en hilos de sangre. ~-ufría por amor y con amor, con sus pupilas fijas en las pupilas del Padre, que lo miraba con complacencia. En el horizonte de su amor se divisaba el perfil de una cruz. Luego se dirigió a los suyos en busca de consuelo y los encontró dormidos. Estaban fatigados y tristes y buscaron el olvido de sus penas en la modorra del sueño, dejando a Jesús solo con su dolor... Jesús sien– te vivamente la indiferencia y se lo reprocha con dul- 60

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