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Es de noche... Noche despierta como una madre y blanca como la inocencia de un niño. La brisa -niña también y mimosa-, juguetea blanda con los cabellos de Jesús. El camino se va haciendo largo de silencio, de ex– pectación y presentimientos. Jerusalén se queda atrás llena de luna que prende en las cúpulas del templo con irisaciones tenues de plata. Los apóstoles siguen lentos el caminar del Maestro en dirección del olivar cercano. Es el huerto donde ora Jesús durante la no-– che. Los olivos acompañan su oración con un fondo musical misterioso de melodías exactas. Tienen un aspecto de tan alto humanismo que parecen almas de oración. Es el olivar idealizado que llega a nuestro recuerdo con la nostalgia íntima de un ser querido ausente y con la vibración entrañable de un libro de primeros versos. Allí se aprende a orar perennemente con la natu– ralidad "con que vive la naturaleza y adoran los án– geles". Hasta la carne vegetal de los troncos tiene la simpatía de la bondad y la altura de la: meditación. "Y, en Uegando al lu,gar, dijo a sus apóstoles: Vi– gilad y orad para :que no caigáis en la :tentación". Y se alejó un poquito de ellos pa:ra: conversar con el Padre. Todo su ser se estremeció acongojadamente ante la perspectiva de su Vía-crucis. La carne humana y sensitiva, sintió el ahogo y la aflicción de su fragili– dad. Por sus pupilas hondas cruzó un rayo de inquie– tud. De su corazón taladrado de martirios, llegó a sus 59

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