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Aún se percibe la melodía de las cuentas del Ro– sario gozoso. Todavía tienes en los labios la impresión de la última rosa. Mas, de pronto, se estremece tu vista con un cuadro triste. La tarde ya no está pobla– da de tonos fra-angélicos, de risas, ni de niños. Del rosal no queda más que la silueta escueta, esencial y eterna. La vara austera y la espina en toda su des– nudez. Sólo una esperanza vaporosa y lejana sin contor– nos definidos como la ilusión. Y un afán, inédito siem– pre, siempre fuerte, como la vida misma. El rosal no es solo la gracia femenina de la primavera. Es tam– bién el olvido del invierno, la nostalgia del otoño y el cansancio del estío. Como en la vida, la floración es un episodio rápido, casi huidor, entre el paréntesis lar– go de la nieve que congela y el bochorno que asfixia. Es una ley biológica de tu destino. Junto a la flor, la espina oculta que punza. Junto al gozo el dolor, co– mo en la sombra el sol, para matizar su belleza. Te ofusca la gracia fascinante de la rosa y no pien– sas que es tan frágil como la rosa misma. Vives el gozo loco de la posesión sin pensar que este gozo des– emboca en la tortura desesperante del hastío. Qué bien la teoría de las rosas de nuestro drama- turgo clásico : "Estas que fueron pompa y alegría, despertando al al1bor de la mañana, a la tarde serán lástima vana durmiendo en brazos de la noche fría. 53

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