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como la lluvia turbia en los canalones. Te· buscan en la algazara y en las carcajadas huecas. Y en el esce– nario de los siete pecados capitales... Yo sé que no pueden saborearte los que viven es– trepitosamente. Que hay que llenarse de silencio para oirte. Que todo estrépito -el exterior del gamberro y, más aún el interior de la insinceridad o del peca– do- es una piedra áspera en tus caminos con sol... A nosotros nos brinda la vida con una alegría in-,. tensa: "Alegraos, :hermanos; os lo repito, alegraos en el Señor". Alegraos en las cosas creadas por El. Alegraos, sobre todo, en El, que ha dado a vuestra vida una finalidad jubilosa. El sentiros bajo las alas de su gracia como hijos de amor. Poder decirle con la mirada y con las palabras: Padre, Padre mío... Para el cristiano todas las cosas son fuentes de gozo. Cristo ha dicho un sí rotundo al programa ambicioso de aspiraciones humanas, que entrañan al– gún valor positivo. Su ejemplo abre horizontes infi– nitos de alegría, en que todo dato -trabajo, deporte, amor- puede ser flor de gozo espontáneo o flor líri– ca de esperanza. La voz humanísima del Evangelio es alegría. La vida evangélica está transida de alegría. La vida cristiana es esencialmente alegría. Los cristianos nos convertimos así en profesores del vivir alegre. Todo desde el día en que los cielos y las flores que miramos sintieron el aleteo impalpa• ble de los ojos asombrados de un Niño, tan 2:rande que era Dios... El Catolicismo es alegría, extensa como ei Padre. Reflexiva y seria como la vida misma. Ya que la ale– gría -además de intuición- es convicción, renuncia por una mayor bondad, y autoexamen. 17

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