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pajas para su pesebre, canciones para su ensueño, be– sos para sus ojos... La vida es bella. Toda vida. Toda la vida. El perfil vegetal del paisaje, el rostro del niño, el latido del ángel. El presentimiento y el mar... Pero precisa si– tuarse en el punto exacto para captar el aroma fru– tecido de la alegría. Y este punto único es Dios. To– das las cosas creadas son algo por El y en El. Una caricia de sus labios. Exactamente la huella de su Palabra. Una proyección en lo angélico, en lo hu– mano, hasta en lo cósmico, de perfecciones divinas. La hermosura es singularmente una huella de la mi– rada de Dios. Del Dios que se hizo Niño por un pro– digio pasmoso de amor... Desde entonces el espejo innumerable de fas be– llezas creadas -armónicas, alegres- tiene que elevar– nos a las pupilas asombradas del Niño-Dios. Al gozo de su contemplación desnuda, sin el cortejo de nubes de la Vieja Ley. Ser es algo impresionantemente bello. Yo opino que la belleza es el lenguaje expresivo de la alegría de ser -en la palabra, en la melodía, en el gesto-. Por eso las cosas definitivas -Dios, la san– tidad-, son siempre alegres... Hermana alegría, ya sé por qué no te comprenden. Es que no han reparado nunca que eres delicada y frágil como una hermanita pequeña. Ni en que tie– nes alma de flor. Para llegar a sentir el misterio que llena tus venas, hay que plegar las alas codiciosas del deseo y entregarse a tí serenamente. La flor puede ser pisoteada o brutalmente tronchada. Mas sólo abre su intimidad al beso limpio y entrañable de un rayo de sol. Igual tú. Y, sin embargo, te quieren hacer vulgar y ruidosa, 16

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