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María ha sido transportada al cielo. Se gozan los ángeles y, alabándolo, bendicen al Señor. La Virgen María ha sido llevada al cielo donde el Rey de los re– yes está sentado en un trono de estrellas... Tal es la orquestación jubilosa de la liturgia en el Oficio de la Asunción. María que se eleva al cielo ensayando el vuelo de su Hijo para llegar al abrazo presentido. Y los ángeles que trenzan una guirnalda de alegría, de alabanza y de alas al compás rápido del anhelo ele Nuestra Señora. Es una historia con nostalgia. Como las cosas más humanas. Un día el corazón de María se apagó en un latido. Quedó vacío el estuche lilial de su pecho. Se cerraron suavemente sus ojos igual que la rosa pliega sus pétalos en el misterio de la noche. Y se durmió. En su labios velaba una sonrisa como si en su sueño hablara con algún ser invisible. Juan, el discípulo a quien amaba Jesús, se acercó a Ella con presentimientos tristes. Dijo su nombre imi– tando el acento intacto del Rabbí. María seguía con las pupilas lejanas y sonreía... En su sonrisa se re– tnansaba el cielo. Juan sintió un gran dolor en sus ojos con lágrimas y puso un beso limpio en la frente de la Madre buena. ¡ Cuántas cosas desde el día en que Jesús voló at cielo ! Los apóstoles habían llevado la buena nueva por todos los caminos. Por los caminos sembrados de eficacia apostólica y por las sendas estériles. Hasta 116
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