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Jesús, congregando en torno a su corazón todo el amor de la humanidad al Hijo resucitado. María pre– sidía la oración. Su sola figura era una incitación alta a orar... ¡ Qué espectáculo tan nuevo y tan bello! Por las ealles de la ciudad la algazara plural de miles de voces y vestidos exóticos. Es una de las grandes fiestas li– túrgicas del pueblo judío, medularmente ritualista. La Pascua de las primicias. El ambiente se llena de sabor caliente a pan recién sacado de la hornada. La vida de la ciudad con niños ondea en el azul como los tri– gales nuevos en los atardeceres con brisa. Y se ven caras extrañas: junto al perfil aguileño, tostado del sol palestino, el rostro militar de los imperiales y los ojos ingenuos de asombro de los pueblos primitivos. Mientras, el grupito de elegidos ora y espera. Ora– ción y confianza tensas, pero sin contorsiones. Han aprendido de María la difícil lección de vivir con na- • turalidad. La sola silueta de la Madre trae a los após– toles la evocación irremediable de la presencia de Jesús. Así era El, su gesto, todo El... El Espíritu Santo llegó al Cenáculo por el sendero, frutecido de silencios, de su oración. En una mañana primaveral, callada. De repente se desató el cielo en un vendaval extraño que vino a llenar el Cenáculo de sonoridad y temor. Un fuego vivacísimo se posó sobre los presentes en forma de lenguas humanas. E ilumi– nó su inteligencia con un resplandor nuevo y su co– razón con una dádiva espiritual de siete dones. La multitud vino al Cenáculo, atraída por el vuelo fuerte del Espíritu y quedó pasmada ante el espec– táculo casi increible: "Partos y medos y elamitas, los habitantes ele Mesopotamia, Judea y Capadocia, Pon– to y Asia, Frigia, Panfilia, E,gipto y hasta la parte ele 108

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