BCCCAP00000000000000000000736

Voló Jesús al cielo con vestidos de blancuras no es– trenadas. Y la "nurbe envidiosa" se incendió con su luz. El alma de los discípulos quedó pasada de ausencias, de nostalgia, de expectación. De un no sé qué inde– finible. Hasta los olivares estaban más solos desde aquel día. Pero Jesús les había hecho una promesa inefable: "No os dejaré huérfanos. Yo me voy, pero os enviaré al Consolador, al Espíritu Santo que os guiará hacia toda la verdad. ¡ Si os conviene que yo me vaya ! Por– que, si me quedara con vosotros, no podría enviaros al Espíritu Consolador. Cuando yo me' vaya os lo en– viaré". Los apóstoles esperaban el cumplimiento de esta promesa. Aunque· todavía no habían asimilado la in– tención sentimental -tal vez ni doctrinal siquiera-, de la vida amorosa de Jesús, miraban anhelosamente al cielo en espera de sus ojos o de su bendición. Veían aún las cosas desde perspectivas demasiado humanas. Con todo, recordaban las actitudes claves del ~,eñor. Y aquel día en que les enseñó a orar evangélicamente, con el abandono del lirio desnudo y la elevación del ciprés: "Padre nuestro, que estás en los cielos... " En la penumbra del Cenáculo los doce apóstoles. El puesto del traidor vino a ocuparlo Matías, por vo– luntad de Dios. Con ellos un grupito de personas se– lectas. Y, al frente de aquella iglesia cristiana -se– milla de la Catolicidad de hoy-, María, la Madre de 107

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz