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Así es como nace la Iglesia jerárquica sobre los pilares de una triple confesión de amor y un torrente blanco de corderos... Durante cuarenta días, a partir de la Resurrección, vivieron pendientes los apóstodes de la palabra y del gesto del Señor. Era el pórtico de su apostolado que daba acceso a paisajes inéditos, con Jesús al fondo. Debían captar en el misterio de su mirada la intención suprema del misionero y en sus labios la modulación sentida que distingue al apóstol del charlatán vulgar. ¡ Qué impresión la de los discípulos al recorrer con Jesús los senderos tristes de su Víacrucis ! El monte de las olivas, glorificado con su dolor y con su plega– da. El Cenáculo, en la noche de la Eucaristía; la cruz y el huerto de su Resurrección temprana. Después de este paréntesis de dedicación a la con– fidencia y al adiestramiento, Jesús va a ausentare del mundo. Qué triste la despedida de los suyos... E:,u mirada se ahonda. Una impresión inefable en– ternece sus pupilas. Sus brazos florecen de bendicio– nes. Y empieza a elevarse en la inmensidad azul, hasta ocultarse en el corazón de una nube. Los apóstoles se quedaron mirando al cielo con embeleso. Sus rostros estaban llenos de asombro y nostalgia. ¡ Qué anhelo tan grande de subir con El para siempre en todos los corazones... ! Y, estando ellos mirando al cielo, se presentaron dos personajes con vestidos blancos, quienes dijeron: "Galileos, ¿ qué hacéis aquí, mirando al cielo? Este Jesús que ha subido al cielo vendrá de nuevo en un caminar glorioso de nubes..." Se nos fué Jesús. Nos sigue mirando desde la nube, pero nosotros queremos sus pupilas sin nubes. No nos 103

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