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dible. Sus corazones latían apresuradamente: Es El, el Señor. Y allí estaba El, en la orilla, haciéndoles señas de que se acercaran. Y les hablaba con su Palabra exacta del reino de Dios, que es interioridad de fé, jubilosa expectación y donación amorosa. Entonces aprendie– ron los discípulos a ver los acontecimientos tempora– les desde su perspectiva eterna, al margen del mundo y aún en oposición al mundo. Les repitió sus exhorta– ciones sobre la caridad y les dió potestad para ir por el mundo sembrándolo de eficacia apostólica, con la investidura de un ministerio escalofriante, que eterni– zaba en la tierra su misma misión de perdón y amor: «rd por el universo y predicad el Evangelio a toda criatura. Aquellos a quienes perdonáreis sus pecados les serán perdonados y a quienes los retuviéreis, le" serán retenidos... " Un día, después de la brevedad del desayuno, su mirada se posa en Pedro, que no pierde un detalle de la escena, y le interroga: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? -Si, señor, tú sabes que te quie– ro. -Entonces apacienta mis corderos... " Pedro ama a Jesús. El Maestro sabe de la sinceri– dad del amor de Pedro. Con todo quiere oirlo de sus labios segunda y tercera vez: ¿ Me amas? Pedro se entristece y mira a Jesús con ojos apenados. Recuerda su triple negación. Su voz se hace humilde, pero con– fiada: "Señor, Tú lo sa,bes todo. Tú bien saibes qtH! te amo ... " Entonces apacienta mis corderos. Una sola lágrima de contricción, un solo latido cordial puede purificar todas las negaciones pecami– nosas del mundo. Pero Pedro va a ser representante oficial del Dios del Amor y tiene que repetir su pro– testación de amor para siempre. 102

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